lunes, 16 de junio de 2008

SÓCRATES

Biografía

Nació en Atenas, donde vivió los dos últimos tercios del siglo V a.C, la época más espléndida en la historia de su ciudad natal, y de toda la antigua Grecia. Fue un filósofo griego, hijo de Sofronisco – por esto en su juventud se le llamaba "Sōkrátis iōs Sofroniskos" (Sócrates hijo de Sofronisco) –, de profesión cantero, y de Fainarate, comadrona. Emparentados con Arístides el Justo.
Cuando Sócrates nació, su padre recibió del oráculo el consejo de dejar crecer a su hijo a su aire, sin reprimirle sus impulsos.

Desde muy joven llamó la atención de los que lo rodeaban por la agudeza de sus razonamientos y su facilidad de palabra, además de la fina ironía con la que salpicaba sus tertulias con los ciudadanos jóvenes aristocráticos de Atenas, a los que les preguntaba sobre su confianza en opiniones populares, aunque muy a menudo él no les ofrecía ninguna enseñanza.

Su inconformismo lo impulsó a oponerse a la ignorancia popular y al conocimiento de los que se decían sabios. Él no se consideraba a sí mismo sabio, aun cuando uno de sus mejores amigos, Querefonte, le preguntó al oráculo de Delfos si había alguien más sabio que Sócrates, y la Pitonisa le contestó que no había ningún griego más sabio que Sócrates (Apología 21a). Comenzó así su búsqueda, preguntando y conversando con aquellas personas a quienes la gente consideraba sabia, pero se dio cuenta de que en realidad creían saber más de lo que realmente sabían, filósofos, poetas, y artistas, todos creían tener un gran conocimiento, pero Sócrates era consciente de la ignorancia que lo rodeaba y de su propia ignorancia, este conocimiento lo llevó a tratar de hacer pensar a la gente y hacerles ver el conocimiento real que tenían sobre lo que los rodeaba. Fingiendo saber menos conversaba con la gente y luego les hacía notar sus errores, a esto se le denominó la «ironía socrática», que queda expresada con su célebre frase «Sólo sé que no sé nada». Su más grande mérito fue crear la mayéutica, método inductivo que le permitía llevar a sus alumnos a la resolución de los problemas que se planteaban, por medio de hábiles preguntas cuya lógica iluminaba el entendimiento. El conocimiento y el autodominio habrían de permitir restaurar la relación entre el ser humano y la naturaleza, era lo que pensaba.

Murió a los 70 años de edad, en el año 399 a. C. aceptando serenamente la condena e ingiriendo la cicuta, como método elegido de entre los que el tribunal, que lo juzgó, le ofrecía para morir, por no reconocer a los dioses atenienses y por, según ellos, corromper a la juventud. Según relata Platón en la apología que dejó de su maestro, éste pudo haber eludido la condena, gracias a los amigos que aún conservaba, pero prefirió acatarla y morir. Realmente lo juzgaron porque dos de sus discípulos fueron tiranos que atentaron contra Atenas. A su muerte surgen las escuelas socráticas, la Academia Platónica, las menores, dos de moral y dos de dialéctica, que tuvieron en común la búsqueda de la virtud a través del conocimiento de lo bueno.

La sabiduría de Sócrates no consiste en la simple acumulación de conocimientos, sino el poder afirmar, con plena conciencia, "sólo sé que no sé nada".

Esto lo hace una de las figuras más extraordinarias y decisivas de toda la historia, representa la reacción contra el relativismo y subjetivismo sofísticos, siendo un singular ejemplo de unidad entre teoría y conducta, entre pensamiento y acción. Fue a la vez capaz de llevar tal unidad al plano del conocimiento, al sostener que la virtud es conocimiento y el vicio ignorancia.

El poder de su oratoria y la facultad de expresarse públicamente eran su fuerte para así poder conseguir la atención de las personas.

Sócrates y los sofistas

Sócrates compartía con los sofistas de la primera época su preocupación por el hombre y sus problemas, desestimando como carentes de importancia las preocupaciones de los anteriores filósofos, los físicos (o presocráticos) . También junto con los sofistas de la primera época creía en la bondad natural del hombre, en la confiabilidad de la razón y en la necesidad de fundamentar la política en bases racionales (recordemos que los sofistas criticaban a los gobernantes por imponer leyes que no se basaban en la razón, sino que eran mero convencionalismo).

Sócrates comienza a discrepar con los sofistas, en primer lugar, por su negativa a cobrar por su enseñanza:

Tampoco dialogo cuando recibo dinero y dejo de dialogar si no lo recibo, antes bien me ofrezco, para que me pregunten, tanto al rico como al pobre, y lo mismo si alguien prefiere responder y escuchar mis preguntas. Si alguno de éstos es luego un hombre honrado o no lo es, no podría yo, en justicia, incurrir en culpa; a ninguno de ellos les ofrecí nunca enseñanza alguna ni les instruí”. (Platón, Apología, 33b)

Además, a Sócrates le preocupa el bien último del hombre, su felicidad. Para ello afirma que la sabiduría debe llevar a ella. La sabiduría no sirve para disputar opiniones o dirigir la vida pública, sino que, según él, solo interesa al hombre sabio conocer lo bueno y lo malo, la justicia y la virtud. Por al fin y al cabo, estas son las cosas que pueden llevarlo a la felicidad.

Nadie vio nunca ni oyó a Sócrates hacer o decir nada impío o ilícito. Tampoco hablaba, como la mayoría de los demás oradores, sobre la naturaleza del universo , examinando en qué consiste lo que los sofistas llaman kósmos y por qué leyes necesarias se rige cada uno de los fenómenos celestes, sino que presentaba como necios a quienes se preocupan de tales cuestiones. (…) En cuanto a los que cavilan sobre la naturaleza del universo, unos creen que el ser es uno solo, otros que es infinito en número , unos piensan que todo se mueve , otros que nada se mueve nunca , unos que todo nace y perece, otros que nada nace ni va a perecer. (…) En cambio, él siempre conversaba sobre temas humanos, examinando qué es piadoso, qué es impío, qué es bello, qué es justo, qué es injusto, qué es la sensatez, qué cosa es locura, qué es valor, qué cobardía, qué es ciudad, qué es hombre de Estado, qué es gobierno de hombres y qué un gobernante, y sobre cosas de este tipo, considerando hombres de bien a quienes las conocían, mientras que a los ignorantes creía que con razón se les debía llamar esclavos. (Jenofonte, Recuerdos Socráticos).

Se entiende entonces porqué la principal preocupación para Sócrates es la Ética (θος, ēthos: costumbre, hábito). Es decir, qué tiene que hacer el hombre para alcanzar la felicidad. Y ante este problema, Sócrates respondía que para ser feliz el hombre debe tener “virtud”, es decir, ser virtuoso.

Ahora bien: ¿qué es la virtud? ¿es posible definirla? Sócrates creía que sí, y en ello se separaba definitivamente de los sofistas.

Como sabemos los sofistas imponen un profundo relativismo intelectual y moral. Tal relativismo hacía imposible la tarea de definir cualquier cosa con un concepto universal. Es por ello que Sócrates rompe con tales filósofos.

Si la ética debe buscar lo que es bueno, lo primero que se ha de hacer es definir “qué cosa es” lo bueno. Si decimos de un acto que es "bueno" será porque tenemos alguna noción de "lo que es" bueno; si no tuviéramos esa noción, ni siquiera podríamos decir qué es bueno para nosotros pues, ¿cómo lo sabríamos? Lo mismo ocurre en el caso de la virtud, de la justicia o de cualquier otro concepto moral. Para el relativismo estos conceptos no son susceptibles de una definición universal: son el resultado de una convención, lo que hace que lo justo en una ciudad pueda no serlo en otra. Sócrates, por el contrario, está convencido de que lo justo ha de ser lo mismo en todas las ciudades, y que su definición ha de valer universalmente. La búsqueda de la definición universal se presenta, pues, como la solución del problema moral y la superación del relativismo.

Y para definir lo que la cosa es, Sócrates propone que la razón debe aplicarse a descubrir su esencia. Ahora bien, como ya dijimos, de entre todas las cosas que se pueden definirse buscando su esencia, las que más interesan al hombre son las que pueden hacerlo bueno, justo, virtuoso y finalmente, feliz. Para ello, se ha definir todos estos términos: bondad, justicia, virtud, etc.

EL INTELECTUALISMO MORAL

Conseguir definir los conceptos morales es para Sócrates la condición indispensable para restablecer la comunicación y hacer posible el diálogo y el acuerdo.

Pero existe otra razón más de esta necesidad: hacer posible la conducta y la educación moral del hombre. Solamente sabiendo qué es lo justo se puede obrar justamente. Según Sócrates, el conocimiento de la virtud es lo que permite al hombre llevarla a la práctica en la vida social, mientras que su ignorancia le impide obrar conforme a ella. Este punto de vista se denomina Intelectualismo moral y podríamos definirlo como aquella teoría filosófica moral la cual el saber y la virtud coinciden.

Según esto, la virtud puede y debe ser enseñada. Mas aún, siendo el fin de la filosofía la educación moral del hombre, deberíamos tener un conocimiento tan depurado y precioso de las virtudes y de la conducta que debe de adoptar el hombre que pudiéramos enseñarlo como se enseña las matemáticas. De esta manera, nadie se comportaría mal, ya que “nadie yerra el golpe queriendo”, como él afirma.

Según Sócrates y su intelectualismo moral, una mala conducta moral es, en todos los casos, un error de conocimiento, fruto de la ignorancia. No concibe lo que luego Aristóteles llamaría acrasia, “conocer el bien y hacer, sin embargo, el mal”. Para Sócrates obrar el mal es siempre involuntario. Esta información Socrática choca, a primera vista, con nuestra experiencia; sin embargo, se hace más comprensible si la situamos en el contexto de Sócrates.

Parece entender Sócrates que existe en nosotros un deseo tan arraigado del bien y de la felicidad que uno, cuando obra mal, al menos durante un tiempo tiene que “engañarse”, en el sentido de considerar que aquello es bueno, que le trae un bien. Por tanto, si obra así, es por que hay una falsa estimación del bien, porque considera como bueno lo que no es tal.

Si alguien – por ejemplo un tirano – no respeta personas ni propiedades, desconoce que esos bines del cuerpo proporcionan un bien estar infinitamente inferior que aquellos que dan la felicidad al alma. La culpabilidad que al obrar así contrae el alma acarrea más infelicidad que el placer del poder o de la riqueza, porque, tal como dice Sócrates en le diálogo platónico Gorgias, “es peor mal cometer una injusticia que soportarla”. En conclusión, quien obra mal comete “un error de cálculo”: buscando la felicidad no hace más que dar pasos hacia la infelicidad.

Saber y virtud coinciden

Sócrates fundamenta su teoría en la observación de lo que ocurre con el saber artesanal. Se sitúa en una perspectiva del saber práctico y en la sobre generalización de ello está el origen de su error, pues de ahí toma sus ejemplos explicativos. Así –dice- un mal médico es tal por falta de conocimientos; si no cura al enfermo es porque no sabe. Un buen artesano es aquel que domina su oficio y, por lo tanto, hace las cosas bien. Decimos entonces que conoce bien. Que domina su oficio.

Traslademos esto al campo moral y cívico: el arte del ciudadano, el oficio que debe conocer y dominar es el de la virtud; así, según el intelectualismo moral si el ciudadano conoce la virtud, la practicará, será un buen ciudadano y así la sociedad será justa y bien gobernada.

EL MÉTODO SOCRÁTICO

A Sócrates le gustaba afirmar que había heredado el oficio de su madre. Este oficio lo ejercía él ayudando a que los hombres “dieran a luz”. Esto encierra tanto una determinada manera de entender el saber como la función de la enseñanza y el camino o medio para acceder a la verdad de las cosas. Esta no es enseñable si por enseñar se entiende imponer modelos o normas a otros. La verdad la lleva cada uno en sí mismo y tiene que descubrirla; desde fuera solo cabe que alguien ayude a otro descubrir en si mismo la verdad de que es portador. Es decir, que haga de “comadrona” (partera) mediante “la mayéutica”·

Es interesante notar, a modo de paréntesis, que Sócrates no llega a explicar, sin embargo, cómo las verdades – que cree universales y objetivas – están “dentro de cada uno”. Eso lo tratará de explicar Platón más tarde, con la teoría de la reminiscencia.

La mayéutica como método socrático está compuesta de dos momentos o partes: negativa y demoledora la primera, constructiva y positiva la segunda.

Según Sócrates, la ignorancia es el peor mal que un hombre pueda padecer y por eso es preciso querer salir de ella. Pero esto solo se logra si es consciente de esa ignorancia. En esto consiste el primer método. Poner el interlocutor en el aprieto de tener que conocer su ignorancia y, así disponerlo a buscar la cosa que ignora y aceptar la ayuda que se le ofrece.

En lo diálogos platónicos aparece Sócrates poniendo en apuros a sus interlocutores, en especial a aquellos que mas seguros estaban de lo que creían saber. Mediante hábiles preguntas intenta convencerles de que tienen opiniones y aceptan afirmaciones que, al someterlas en un examen detenido, en realidad llevan a la contradicción y a un callejón sin salida. Esta es la parte negativa del método, que Sócrates llama erística. Es aquí donde Sócrates hace gala de una fina ironía que, con frecuencia, exaspera a su interlocutor y siempre lo confunde.

Una vez que el interlocutor reconoce su limitación y acepta la ayuda, la investigación prosigue mediante la aplicación constante del razonamiento expresado en el diálogo. El diálogo bien llevado desemboca en el descubrimiento de la definición acertada de lo que se busca.

El resultado de la mayéutica: la definición

La discusión irá poniendo de manifiesto la relatividad y parcialidad de las opiniones particulares y la necesidad de buscar aquello en lo que todos coinciden. Esta parte del proceso, que es la parte propiamente mayéutica, conduce a la definición. Con ello se supera el relativismo de las opiniones.

Sócrates, sin embargo, admitía él derecho de cada uno a opinar y actuar conforme a sus normas morales. Pero entendía que esta posición quedaba descalificada desde el momento en que no era capaz de hacer ver a los demás que estaban equivocados. Esta es, sin duda, la razón por la que, a pesar de considerar injusta su condena, no dudo en aceptar el veredicto de las leyes que lo condenaban.

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