martes, 17 de junio de 2008

LOS SOFISTAS

Los sofistas

El término sofistas viene del griego “sofos”, que significa sabio. Los griegos lo utilizaban para designar a aquel que destacaba en cualquier saber, sea teórico o práctico. Pero a finales del siglo V a.C. tuvo un sentido más específico: eran aquellos “maestros del saber” que se dedicaban a enseñar a otros cobrando por ello, como quien ejerce cualquier otro tipo de trabajo.

Los sofistas no constituyen una única escuela, sino mapas bien un movimiento integrado por numerosos individuos que, entre muchas ideas contradictorias, comparten alnos convencimientos comunes, en especial los que siguen:

- Criticismo frente a las instituciones, a las que acusan de fundarse en convencionalismos y falsas leyes naturales.

- Relativismo ante la verdad.

- Escepticismo respecto a la capacidad de la razón de conocer.

- Confianza en el valor de la retórica y la educación.

Se les suele agrupar en dos periodos: primera sofística y segunda sofística. La primera sofística tiene una crítica menos radical y mas constructiva. Los de la segunda acentúan la contraposición entre la naturaleza y las convenciones sociales, y su crítica se hace más amarga.Entre los sofistas principales tenemos:

En la primera sofística: Protágoras de Abdera (“El hombre es la mediad de todas las cosas”); Gorgias de Leontini (“Nada es conocido”); Pródico de Julis (“Se toma por divino lo provechoso para los hombres”).

En la segunda sofística: Trasímaco de Calcedón (“La justicia es lo provechoso para el fuerte”); Calícles (Enuncia la teoría del derecho natural del más fuerte); Critias (“Los dioses con una invención para atemorizar a los hombres”); Antifón de Atenas (“Se puede traspasar la ley sin nadie lo advierte”).


Características de los sofistas

Convencionalismo frente a la naturaleza

Según lo sofistas, muchas de las normas que venían siendo aceptadas como basadas en la ley natural, no son más que acuerdos entre los hombres, es decir, pura y simple convención. Esta es ciertamente una crítica a los dirigentes de las ciudades, pero esta idea también les sirve a los sofistas para plantear la base de su relativismo: no hay norma ni ley válida para todos, sino tan solo acuerdos y convenciones.

Sobre este tema, la opinión de la primera sofística es distinta que la opinión de la segunda sofística, mucho más radical.

La primera sofística, con su crítica, intenta tan solo fundamentar racionalmente las leyes, los dioses y los valores. Es decir, plantean que muchas de estas cosas no parten de la naturaleza inmutable de las cosas, sino que son simple convención, por lo cual no deberían ser aceptadas “ciegamente”. Estos sofistas proponen que estas normas necesitan ser primero comprobadas por la razón para luego ser aceptadas. Esta es la postura, por ejemplo, de Protágoras de Abdera.

La segunda sofística tiene una postura mucho más radical, la que se expresa del modo más claro en Calícles. Este sofista no solo niega que sea la naturaleza la que confirma y basa las leyes de la ciudad, sino que afirma que la ley es la máxima injusticia contra la naturaleza, ya que la naturaleza no tiene otra ley que la ley del más fuerte. Según Calícles lo único que pretende la ley es someter los más fuertes, astutos y hábiles bajo el dominio de los débiles. Porque la ley igual a los hombres, pero la naturaleza oos hace desiguales, y esto es lo que debe prevalecer: la justicia es el dominio del más fuerte, según lo que el más fuerte considere como bueno.

Es obvio que este planteamiento manifiesta la máxima decadencia a la que llega la sofística, ya que en la práctica termina defendiendo la acción de los tiranos y dictadores, quienes por ser más fuertes tendrían el derecho de – “en justicia” –, hacer lo que quieran, incluso lo que parece injusto.

Relativismo

Al poner en duda la existencia de leyes naturales con valor fijo y universal los sofistas caen inevitablemente en el relativismo (actitud según la cual no existen verdades absolutas, sino que toda verdad es relativa al sujeto y a las circunstancias).

Afirman los sofistas que la verdad no es absoluta, sino que es relativa al sujeto que la conoce o que la afirma. Es justamente según ello que Protágoras de Abdera, uno de los más importantes sofistas, afirma en su célebre frase que “El hombre es la medida de todas las cosas”. Es decir, toda la realidad es relativa al hombre; la verdad será tal si el hombre considera que lo es, y mientras lo considere.

Si la naturaleza no sirve como un parámetro para establecer las normas y los valores fijos, solo queda la conveniencia y el acuerdo para justificar las leyes.

De la misma manera, si no existen saberes universales, se hace necesaria la búsqueda de un saber práctico que sirva al ciudadano para regular su vida ordinaria. Es por ello que los sofistas no se preocupan de “elucubraciones sobre el origen de las cosas” o de la búsqueda de “verdades universales”, sino tan solo de establecer qué cosa es útil para el hombre. La sabiduría, por lo tanto, estará a servicio de la utilidad, y ya no de la verdad. Según ellos, la auténtica sabiduría está en tener opiniones mejores y remedios más eficaces y útiles.

Un buen médico, por ejemplo, es el que sabe lo suficiente para hacer que el enfermo experimente un mejor estado de salud. Del mismo modo, un buen político, sería aquel que sabe convencer mejor a los ciudadanos para que hagan aquello que sea lo mejor para la ciudad.

El primero ejemplo, que es muy práctico, parece claro: es obvio que el mejor médico será aquel que ayude a que el enfermo tenga salud. ¿Y porqué es tan claro y sencillo? Porque es obvio para todos qué cosa es la salud, y qué cosa debe buscar el médico. En el segundo ejemplo, sin embargo, se nota como la proposición de los sofistas puede volverse muy problemática, porque no necesariamente lo que tal político piense que es lo mejor para la ciudad lo es realmente. A modo de ejemplo, un político podría proponer que “lo mejor para la ciudad” es exterminar a todas las personas enfermas de gripe para acabar con una epidemia. A los sofistas no interesaría si ello se funda en la verdad o no, si corresponde a la realidad de la dignidad de las personas o no, sino tan sólo la capacidad del político para convencer la población de dicha ley y aplicarla con eficacia. Es más, los sofistas ofrecían enseñar a los políticos – y a cualquier ciudadano con condiciones para pagarles – el arte de la retórica, para que sean convincentes al defender lo que creen adecuado, sin interesar la verdad. Como se ha dicho: el saber está al servicio de la utilidad.

Escepticismo

El pensamiento sofista llega aún más lejos, y partiendo de la relativización de la verdad (relativismo), llega al escepticismo: actitud de desconfiar de la existencia misma de la verdad o al menos de la capacidad del hombre para conocerla.

Gorgias de Leontini es el sofista que mejor representa esta actitud de escepticismo, formulando tres célebres tesis:

  1. No existe realidad alguna.
  2. Si algo existiera, no lo conoceríamos.
  3. Aún en el caso de que pudiéramos conocer algo no podríamos comunicarlo a los demás.

El relativismo de Protágoras que afirmaba la verdad de cualquier opinión, se convierte en Gorgias en el negativo escepticismo de declarar que todas las opiniones son falsas.

lunes, 16 de junio de 2008

SÓCRATES

Biografía

Nació en Atenas, donde vivió los dos últimos tercios del siglo V a.C, la época más espléndida en la historia de su ciudad natal, y de toda la antigua Grecia. Fue un filósofo griego, hijo de Sofronisco – por esto en su juventud se le llamaba "Sōkrátis iōs Sofroniskos" (Sócrates hijo de Sofronisco) –, de profesión cantero, y de Fainarate, comadrona. Emparentados con Arístides el Justo.
Cuando Sócrates nació, su padre recibió del oráculo el consejo de dejar crecer a su hijo a su aire, sin reprimirle sus impulsos.

Desde muy joven llamó la atención de los que lo rodeaban por la agudeza de sus razonamientos y su facilidad de palabra, además de la fina ironía con la que salpicaba sus tertulias con los ciudadanos jóvenes aristocráticos de Atenas, a los que les preguntaba sobre su confianza en opiniones populares, aunque muy a menudo él no les ofrecía ninguna enseñanza.

Su inconformismo lo impulsó a oponerse a la ignorancia popular y al conocimiento de los que se decían sabios. Él no se consideraba a sí mismo sabio, aun cuando uno de sus mejores amigos, Querefonte, le preguntó al oráculo de Delfos si había alguien más sabio que Sócrates, y la Pitonisa le contestó que no había ningún griego más sabio que Sócrates (Apología 21a). Comenzó así su búsqueda, preguntando y conversando con aquellas personas a quienes la gente consideraba sabia, pero se dio cuenta de que en realidad creían saber más de lo que realmente sabían, filósofos, poetas, y artistas, todos creían tener un gran conocimiento, pero Sócrates era consciente de la ignorancia que lo rodeaba y de su propia ignorancia, este conocimiento lo llevó a tratar de hacer pensar a la gente y hacerles ver el conocimiento real que tenían sobre lo que los rodeaba. Fingiendo saber menos conversaba con la gente y luego les hacía notar sus errores, a esto se le denominó la «ironía socrática», que queda expresada con su célebre frase «Sólo sé que no sé nada». Su más grande mérito fue crear la mayéutica, método inductivo que le permitía llevar a sus alumnos a la resolución de los problemas que se planteaban, por medio de hábiles preguntas cuya lógica iluminaba el entendimiento. El conocimiento y el autodominio habrían de permitir restaurar la relación entre el ser humano y la naturaleza, era lo que pensaba.

Murió a los 70 años de edad, en el año 399 a. C. aceptando serenamente la condena e ingiriendo la cicuta, como método elegido de entre los que el tribunal, que lo juzgó, le ofrecía para morir, por no reconocer a los dioses atenienses y por, según ellos, corromper a la juventud. Según relata Platón en la apología que dejó de su maestro, éste pudo haber eludido la condena, gracias a los amigos que aún conservaba, pero prefirió acatarla y morir. Realmente lo juzgaron porque dos de sus discípulos fueron tiranos que atentaron contra Atenas. A su muerte surgen las escuelas socráticas, la Academia Platónica, las menores, dos de moral y dos de dialéctica, que tuvieron en común la búsqueda de la virtud a través del conocimiento de lo bueno.

La sabiduría de Sócrates no consiste en la simple acumulación de conocimientos, sino el poder afirmar, con plena conciencia, "sólo sé que no sé nada".

Esto lo hace una de las figuras más extraordinarias y decisivas de toda la historia, representa la reacción contra el relativismo y subjetivismo sofísticos, siendo un singular ejemplo de unidad entre teoría y conducta, entre pensamiento y acción. Fue a la vez capaz de llevar tal unidad al plano del conocimiento, al sostener que la virtud es conocimiento y el vicio ignorancia.

El poder de su oratoria y la facultad de expresarse públicamente eran su fuerte para así poder conseguir la atención de las personas.

Sócrates y los sofistas

Sócrates compartía con los sofistas de la primera época su preocupación por el hombre y sus problemas, desestimando como carentes de importancia las preocupaciones de los anteriores filósofos, los físicos (o presocráticos) . También junto con los sofistas de la primera época creía en la bondad natural del hombre, en la confiabilidad de la razón y en la necesidad de fundamentar la política en bases racionales (recordemos que los sofistas criticaban a los gobernantes por imponer leyes que no se basaban en la razón, sino que eran mero convencionalismo).

Sócrates comienza a discrepar con los sofistas, en primer lugar, por su negativa a cobrar por su enseñanza:

Tampoco dialogo cuando recibo dinero y dejo de dialogar si no lo recibo, antes bien me ofrezco, para que me pregunten, tanto al rico como al pobre, y lo mismo si alguien prefiere responder y escuchar mis preguntas. Si alguno de éstos es luego un hombre honrado o no lo es, no podría yo, en justicia, incurrir en culpa; a ninguno de ellos les ofrecí nunca enseñanza alguna ni les instruí”. (Platón, Apología, 33b)

Además, a Sócrates le preocupa el bien último del hombre, su felicidad. Para ello afirma que la sabiduría debe llevar a ella. La sabiduría no sirve para disputar opiniones o dirigir la vida pública, sino que, según él, solo interesa al hombre sabio conocer lo bueno y lo malo, la justicia y la virtud. Por al fin y al cabo, estas son las cosas que pueden llevarlo a la felicidad.

Nadie vio nunca ni oyó a Sócrates hacer o decir nada impío o ilícito. Tampoco hablaba, como la mayoría de los demás oradores, sobre la naturaleza del universo , examinando en qué consiste lo que los sofistas llaman kósmos y por qué leyes necesarias se rige cada uno de los fenómenos celestes, sino que presentaba como necios a quienes se preocupan de tales cuestiones. (…) En cuanto a los que cavilan sobre la naturaleza del universo, unos creen que el ser es uno solo, otros que es infinito en número , unos piensan que todo se mueve , otros que nada se mueve nunca , unos que todo nace y perece, otros que nada nace ni va a perecer. (…) En cambio, él siempre conversaba sobre temas humanos, examinando qué es piadoso, qué es impío, qué es bello, qué es justo, qué es injusto, qué es la sensatez, qué cosa es locura, qué es valor, qué cobardía, qué es ciudad, qué es hombre de Estado, qué es gobierno de hombres y qué un gobernante, y sobre cosas de este tipo, considerando hombres de bien a quienes las conocían, mientras que a los ignorantes creía que con razón se les debía llamar esclavos. (Jenofonte, Recuerdos Socráticos).

Se entiende entonces porqué la principal preocupación para Sócrates es la Ética (θος, ēthos: costumbre, hábito). Es decir, qué tiene que hacer el hombre para alcanzar la felicidad. Y ante este problema, Sócrates respondía que para ser feliz el hombre debe tener “virtud”, es decir, ser virtuoso.

Ahora bien: ¿qué es la virtud? ¿es posible definirla? Sócrates creía que sí, y en ello se separaba definitivamente de los sofistas.

Como sabemos los sofistas imponen un profundo relativismo intelectual y moral. Tal relativismo hacía imposible la tarea de definir cualquier cosa con un concepto universal. Es por ello que Sócrates rompe con tales filósofos.

Si la ética debe buscar lo que es bueno, lo primero que se ha de hacer es definir “qué cosa es” lo bueno. Si decimos de un acto que es "bueno" será porque tenemos alguna noción de "lo que es" bueno; si no tuviéramos esa noción, ni siquiera podríamos decir qué es bueno para nosotros pues, ¿cómo lo sabríamos? Lo mismo ocurre en el caso de la virtud, de la justicia o de cualquier otro concepto moral. Para el relativismo estos conceptos no son susceptibles de una definición universal: son el resultado de una convención, lo que hace que lo justo en una ciudad pueda no serlo en otra. Sócrates, por el contrario, está convencido de que lo justo ha de ser lo mismo en todas las ciudades, y que su definición ha de valer universalmente. La búsqueda de la definición universal se presenta, pues, como la solución del problema moral y la superación del relativismo.

Y para definir lo que la cosa es, Sócrates propone que la razón debe aplicarse a descubrir su esencia. Ahora bien, como ya dijimos, de entre todas las cosas que se pueden definirse buscando su esencia, las que más interesan al hombre son las que pueden hacerlo bueno, justo, virtuoso y finalmente, feliz. Para ello, se ha definir todos estos términos: bondad, justicia, virtud, etc.

EL INTELECTUALISMO MORAL

Conseguir definir los conceptos morales es para Sócrates la condición indispensable para restablecer la comunicación y hacer posible el diálogo y el acuerdo.

Pero existe otra razón más de esta necesidad: hacer posible la conducta y la educación moral del hombre. Solamente sabiendo qué es lo justo se puede obrar justamente. Según Sócrates, el conocimiento de la virtud es lo que permite al hombre llevarla a la práctica en la vida social, mientras que su ignorancia le impide obrar conforme a ella. Este punto de vista se denomina Intelectualismo moral y podríamos definirlo como aquella teoría filosófica moral la cual el saber y la virtud coinciden.

Según esto, la virtud puede y debe ser enseñada. Mas aún, siendo el fin de la filosofía la educación moral del hombre, deberíamos tener un conocimiento tan depurado y precioso de las virtudes y de la conducta que debe de adoptar el hombre que pudiéramos enseñarlo como se enseña las matemáticas. De esta manera, nadie se comportaría mal, ya que “nadie yerra el golpe queriendo”, como él afirma.

Según Sócrates y su intelectualismo moral, una mala conducta moral es, en todos los casos, un error de conocimiento, fruto de la ignorancia. No concibe lo que luego Aristóteles llamaría acrasia, “conocer el bien y hacer, sin embargo, el mal”. Para Sócrates obrar el mal es siempre involuntario. Esta información Socrática choca, a primera vista, con nuestra experiencia; sin embargo, se hace más comprensible si la situamos en el contexto de Sócrates.

Parece entender Sócrates que existe en nosotros un deseo tan arraigado del bien y de la felicidad que uno, cuando obra mal, al menos durante un tiempo tiene que “engañarse”, en el sentido de considerar que aquello es bueno, que le trae un bien. Por tanto, si obra así, es por que hay una falsa estimación del bien, porque considera como bueno lo que no es tal.

Si alguien – por ejemplo un tirano – no respeta personas ni propiedades, desconoce que esos bines del cuerpo proporcionan un bien estar infinitamente inferior que aquellos que dan la felicidad al alma. La culpabilidad que al obrar así contrae el alma acarrea más infelicidad que el placer del poder o de la riqueza, porque, tal como dice Sócrates en le diálogo platónico Gorgias, “es peor mal cometer una injusticia que soportarla”. En conclusión, quien obra mal comete “un error de cálculo”: buscando la felicidad no hace más que dar pasos hacia la infelicidad.

Saber y virtud coinciden

Sócrates fundamenta su teoría en la observación de lo que ocurre con el saber artesanal. Se sitúa en una perspectiva del saber práctico y en la sobre generalización de ello está el origen de su error, pues de ahí toma sus ejemplos explicativos. Así –dice- un mal médico es tal por falta de conocimientos; si no cura al enfermo es porque no sabe. Un buen artesano es aquel que domina su oficio y, por lo tanto, hace las cosas bien. Decimos entonces que conoce bien. Que domina su oficio.

Traslademos esto al campo moral y cívico: el arte del ciudadano, el oficio que debe conocer y dominar es el de la virtud; así, según el intelectualismo moral si el ciudadano conoce la virtud, la practicará, será un buen ciudadano y así la sociedad será justa y bien gobernada.

EL MÉTODO SOCRÁTICO

A Sócrates le gustaba afirmar que había heredado el oficio de su madre. Este oficio lo ejercía él ayudando a que los hombres “dieran a luz”. Esto encierra tanto una determinada manera de entender el saber como la función de la enseñanza y el camino o medio para acceder a la verdad de las cosas. Esta no es enseñable si por enseñar se entiende imponer modelos o normas a otros. La verdad la lleva cada uno en sí mismo y tiene que descubrirla; desde fuera solo cabe que alguien ayude a otro descubrir en si mismo la verdad de que es portador. Es decir, que haga de “comadrona” (partera) mediante “la mayéutica”·

Es interesante notar, a modo de paréntesis, que Sócrates no llega a explicar, sin embargo, cómo las verdades – que cree universales y objetivas – están “dentro de cada uno”. Eso lo tratará de explicar Platón más tarde, con la teoría de la reminiscencia.

La mayéutica como método socrático está compuesta de dos momentos o partes: negativa y demoledora la primera, constructiva y positiva la segunda.

Según Sócrates, la ignorancia es el peor mal que un hombre pueda padecer y por eso es preciso querer salir de ella. Pero esto solo se logra si es consciente de esa ignorancia. En esto consiste el primer método. Poner el interlocutor en el aprieto de tener que conocer su ignorancia y, así disponerlo a buscar la cosa que ignora y aceptar la ayuda que se le ofrece.

En lo diálogos platónicos aparece Sócrates poniendo en apuros a sus interlocutores, en especial a aquellos que mas seguros estaban de lo que creían saber. Mediante hábiles preguntas intenta convencerles de que tienen opiniones y aceptan afirmaciones que, al someterlas en un examen detenido, en realidad llevan a la contradicción y a un callejón sin salida. Esta es la parte negativa del método, que Sócrates llama erística. Es aquí donde Sócrates hace gala de una fina ironía que, con frecuencia, exaspera a su interlocutor y siempre lo confunde.

Una vez que el interlocutor reconoce su limitación y acepta la ayuda, la investigación prosigue mediante la aplicación constante del razonamiento expresado en el diálogo. El diálogo bien llevado desemboca en el descubrimiento de la definición acertada de lo que se busca.

El resultado de la mayéutica: la definición

La discusión irá poniendo de manifiesto la relatividad y parcialidad de las opiniones particulares y la necesidad de buscar aquello en lo que todos coinciden. Esta parte del proceso, que es la parte propiamente mayéutica, conduce a la definición. Con ello se supera el relativismo de las opiniones.

Sócrates, sin embargo, admitía él derecho de cada uno a opinar y actuar conforme a sus normas morales. Pero entendía que esta posición quedaba descalificada desde el momento en que no era capaz de hacer ver a los demás que estaban equivocados. Esta es, sin duda, la razón por la que, a pesar de considerar injusta su condena, no dudo en aceptar el veredicto de las leyes que lo condenaban.