martes, 17 de junio de 2008

LOS SOFISTAS

Los sofistas

El término sofistas viene del griego “sofos”, que significa sabio. Los griegos lo utilizaban para designar a aquel que destacaba en cualquier saber, sea teórico o práctico. Pero a finales del siglo V a.C. tuvo un sentido más específico: eran aquellos “maestros del saber” que se dedicaban a enseñar a otros cobrando por ello, como quien ejerce cualquier otro tipo de trabajo.

Los sofistas no constituyen una única escuela, sino mapas bien un movimiento integrado por numerosos individuos que, entre muchas ideas contradictorias, comparten alnos convencimientos comunes, en especial los que siguen:

- Criticismo frente a las instituciones, a las que acusan de fundarse en convencionalismos y falsas leyes naturales.

- Relativismo ante la verdad.

- Escepticismo respecto a la capacidad de la razón de conocer.

- Confianza en el valor de la retórica y la educación.

Se les suele agrupar en dos periodos: primera sofística y segunda sofística. La primera sofística tiene una crítica menos radical y mas constructiva. Los de la segunda acentúan la contraposición entre la naturaleza y las convenciones sociales, y su crítica se hace más amarga.Entre los sofistas principales tenemos:

En la primera sofística: Protágoras de Abdera (“El hombre es la mediad de todas las cosas”); Gorgias de Leontini (“Nada es conocido”); Pródico de Julis (“Se toma por divino lo provechoso para los hombres”).

En la segunda sofística: Trasímaco de Calcedón (“La justicia es lo provechoso para el fuerte”); Calícles (Enuncia la teoría del derecho natural del más fuerte); Critias (“Los dioses con una invención para atemorizar a los hombres”); Antifón de Atenas (“Se puede traspasar la ley sin nadie lo advierte”).


Características de los sofistas

Convencionalismo frente a la naturaleza

Según lo sofistas, muchas de las normas que venían siendo aceptadas como basadas en la ley natural, no son más que acuerdos entre los hombres, es decir, pura y simple convención. Esta es ciertamente una crítica a los dirigentes de las ciudades, pero esta idea también les sirve a los sofistas para plantear la base de su relativismo: no hay norma ni ley válida para todos, sino tan solo acuerdos y convenciones.

Sobre este tema, la opinión de la primera sofística es distinta que la opinión de la segunda sofística, mucho más radical.

La primera sofística, con su crítica, intenta tan solo fundamentar racionalmente las leyes, los dioses y los valores. Es decir, plantean que muchas de estas cosas no parten de la naturaleza inmutable de las cosas, sino que son simple convención, por lo cual no deberían ser aceptadas “ciegamente”. Estos sofistas proponen que estas normas necesitan ser primero comprobadas por la razón para luego ser aceptadas. Esta es la postura, por ejemplo, de Protágoras de Abdera.

La segunda sofística tiene una postura mucho más radical, la que se expresa del modo más claro en Calícles. Este sofista no solo niega que sea la naturaleza la que confirma y basa las leyes de la ciudad, sino que afirma que la ley es la máxima injusticia contra la naturaleza, ya que la naturaleza no tiene otra ley que la ley del más fuerte. Según Calícles lo único que pretende la ley es someter los más fuertes, astutos y hábiles bajo el dominio de los débiles. Porque la ley igual a los hombres, pero la naturaleza oos hace desiguales, y esto es lo que debe prevalecer: la justicia es el dominio del más fuerte, según lo que el más fuerte considere como bueno.

Es obvio que este planteamiento manifiesta la máxima decadencia a la que llega la sofística, ya que en la práctica termina defendiendo la acción de los tiranos y dictadores, quienes por ser más fuertes tendrían el derecho de – “en justicia” –, hacer lo que quieran, incluso lo que parece injusto.

Relativismo

Al poner en duda la existencia de leyes naturales con valor fijo y universal los sofistas caen inevitablemente en el relativismo (actitud según la cual no existen verdades absolutas, sino que toda verdad es relativa al sujeto y a las circunstancias).

Afirman los sofistas que la verdad no es absoluta, sino que es relativa al sujeto que la conoce o que la afirma. Es justamente según ello que Protágoras de Abdera, uno de los más importantes sofistas, afirma en su célebre frase que “El hombre es la medida de todas las cosas”. Es decir, toda la realidad es relativa al hombre; la verdad será tal si el hombre considera que lo es, y mientras lo considere.

Si la naturaleza no sirve como un parámetro para establecer las normas y los valores fijos, solo queda la conveniencia y el acuerdo para justificar las leyes.

De la misma manera, si no existen saberes universales, se hace necesaria la búsqueda de un saber práctico que sirva al ciudadano para regular su vida ordinaria. Es por ello que los sofistas no se preocupan de “elucubraciones sobre el origen de las cosas” o de la búsqueda de “verdades universales”, sino tan solo de establecer qué cosa es útil para el hombre. La sabiduría, por lo tanto, estará a servicio de la utilidad, y ya no de la verdad. Según ellos, la auténtica sabiduría está en tener opiniones mejores y remedios más eficaces y útiles.

Un buen médico, por ejemplo, es el que sabe lo suficiente para hacer que el enfermo experimente un mejor estado de salud. Del mismo modo, un buen político, sería aquel que sabe convencer mejor a los ciudadanos para que hagan aquello que sea lo mejor para la ciudad.

El primero ejemplo, que es muy práctico, parece claro: es obvio que el mejor médico será aquel que ayude a que el enfermo tenga salud. ¿Y porqué es tan claro y sencillo? Porque es obvio para todos qué cosa es la salud, y qué cosa debe buscar el médico. En el segundo ejemplo, sin embargo, se nota como la proposición de los sofistas puede volverse muy problemática, porque no necesariamente lo que tal político piense que es lo mejor para la ciudad lo es realmente. A modo de ejemplo, un político podría proponer que “lo mejor para la ciudad” es exterminar a todas las personas enfermas de gripe para acabar con una epidemia. A los sofistas no interesaría si ello se funda en la verdad o no, si corresponde a la realidad de la dignidad de las personas o no, sino tan sólo la capacidad del político para convencer la población de dicha ley y aplicarla con eficacia. Es más, los sofistas ofrecían enseñar a los políticos – y a cualquier ciudadano con condiciones para pagarles – el arte de la retórica, para que sean convincentes al defender lo que creen adecuado, sin interesar la verdad. Como se ha dicho: el saber está al servicio de la utilidad.

Escepticismo

El pensamiento sofista llega aún más lejos, y partiendo de la relativización de la verdad (relativismo), llega al escepticismo: actitud de desconfiar de la existencia misma de la verdad o al menos de la capacidad del hombre para conocerla.

Gorgias de Leontini es el sofista que mejor representa esta actitud de escepticismo, formulando tres célebres tesis:

  1. No existe realidad alguna.
  2. Si algo existiera, no lo conoceríamos.
  3. Aún en el caso de que pudiéramos conocer algo no podríamos comunicarlo a los demás.

El relativismo de Protágoras que afirmaba la verdad de cualquier opinión, se convierte en Gorgias en el negativo escepticismo de declarar que todas las opiniones son falsas.

lunes, 16 de junio de 2008

SÓCRATES

Biografía

Nació en Atenas, donde vivió los dos últimos tercios del siglo V a.C, la época más espléndida en la historia de su ciudad natal, y de toda la antigua Grecia. Fue un filósofo griego, hijo de Sofronisco – por esto en su juventud se le llamaba "Sōkrátis iōs Sofroniskos" (Sócrates hijo de Sofronisco) –, de profesión cantero, y de Fainarate, comadrona. Emparentados con Arístides el Justo.
Cuando Sócrates nació, su padre recibió del oráculo el consejo de dejar crecer a su hijo a su aire, sin reprimirle sus impulsos.

Desde muy joven llamó la atención de los que lo rodeaban por la agudeza de sus razonamientos y su facilidad de palabra, además de la fina ironía con la que salpicaba sus tertulias con los ciudadanos jóvenes aristocráticos de Atenas, a los que les preguntaba sobre su confianza en opiniones populares, aunque muy a menudo él no les ofrecía ninguna enseñanza.

Su inconformismo lo impulsó a oponerse a la ignorancia popular y al conocimiento de los que se decían sabios. Él no se consideraba a sí mismo sabio, aun cuando uno de sus mejores amigos, Querefonte, le preguntó al oráculo de Delfos si había alguien más sabio que Sócrates, y la Pitonisa le contestó que no había ningún griego más sabio que Sócrates (Apología 21a). Comenzó así su búsqueda, preguntando y conversando con aquellas personas a quienes la gente consideraba sabia, pero se dio cuenta de que en realidad creían saber más de lo que realmente sabían, filósofos, poetas, y artistas, todos creían tener un gran conocimiento, pero Sócrates era consciente de la ignorancia que lo rodeaba y de su propia ignorancia, este conocimiento lo llevó a tratar de hacer pensar a la gente y hacerles ver el conocimiento real que tenían sobre lo que los rodeaba. Fingiendo saber menos conversaba con la gente y luego les hacía notar sus errores, a esto se le denominó la «ironía socrática», que queda expresada con su célebre frase «Sólo sé que no sé nada». Su más grande mérito fue crear la mayéutica, método inductivo que le permitía llevar a sus alumnos a la resolución de los problemas que se planteaban, por medio de hábiles preguntas cuya lógica iluminaba el entendimiento. El conocimiento y el autodominio habrían de permitir restaurar la relación entre el ser humano y la naturaleza, era lo que pensaba.

Murió a los 70 años de edad, en el año 399 a. C. aceptando serenamente la condena e ingiriendo la cicuta, como método elegido de entre los que el tribunal, que lo juzgó, le ofrecía para morir, por no reconocer a los dioses atenienses y por, según ellos, corromper a la juventud. Según relata Platón en la apología que dejó de su maestro, éste pudo haber eludido la condena, gracias a los amigos que aún conservaba, pero prefirió acatarla y morir. Realmente lo juzgaron porque dos de sus discípulos fueron tiranos que atentaron contra Atenas. A su muerte surgen las escuelas socráticas, la Academia Platónica, las menores, dos de moral y dos de dialéctica, que tuvieron en común la búsqueda de la virtud a través del conocimiento de lo bueno.

La sabiduría de Sócrates no consiste en la simple acumulación de conocimientos, sino el poder afirmar, con plena conciencia, "sólo sé que no sé nada".

Esto lo hace una de las figuras más extraordinarias y decisivas de toda la historia, representa la reacción contra el relativismo y subjetivismo sofísticos, siendo un singular ejemplo de unidad entre teoría y conducta, entre pensamiento y acción. Fue a la vez capaz de llevar tal unidad al plano del conocimiento, al sostener que la virtud es conocimiento y el vicio ignorancia.

El poder de su oratoria y la facultad de expresarse públicamente eran su fuerte para así poder conseguir la atención de las personas.

Sócrates y los sofistas

Sócrates compartía con los sofistas de la primera época su preocupación por el hombre y sus problemas, desestimando como carentes de importancia las preocupaciones de los anteriores filósofos, los físicos (o presocráticos) . También junto con los sofistas de la primera época creía en la bondad natural del hombre, en la confiabilidad de la razón y en la necesidad de fundamentar la política en bases racionales (recordemos que los sofistas criticaban a los gobernantes por imponer leyes que no se basaban en la razón, sino que eran mero convencionalismo).

Sócrates comienza a discrepar con los sofistas, en primer lugar, por su negativa a cobrar por su enseñanza:

Tampoco dialogo cuando recibo dinero y dejo de dialogar si no lo recibo, antes bien me ofrezco, para que me pregunten, tanto al rico como al pobre, y lo mismo si alguien prefiere responder y escuchar mis preguntas. Si alguno de éstos es luego un hombre honrado o no lo es, no podría yo, en justicia, incurrir en culpa; a ninguno de ellos les ofrecí nunca enseñanza alguna ni les instruí”. (Platón, Apología, 33b)

Además, a Sócrates le preocupa el bien último del hombre, su felicidad. Para ello afirma que la sabiduría debe llevar a ella. La sabiduría no sirve para disputar opiniones o dirigir la vida pública, sino que, según él, solo interesa al hombre sabio conocer lo bueno y lo malo, la justicia y la virtud. Por al fin y al cabo, estas son las cosas que pueden llevarlo a la felicidad.

Nadie vio nunca ni oyó a Sócrates hacer o decir nada impío o ilícito. Tampoco hablaba, como la mayoría de los demás oradores, sobre la naturaleza del universo , examinando en qué consiste lo que los sofistas llaman kósmos y por qué leyes necesarias se rige cada uno de los fenómenos celestes, sino que presentaba como necios a quienes se preocupan de tales cuestiones. (…) En cuanto a los que cavilan sobre la naturaleza del universo, unos creen que el ser es uno solo, otros que es infinito en número , unos piensan que todo se mueve , otros que nada se mueve nunca , unos que todo nace y perece, otros que nada nace ni va a perecer. (…) En cambio, él siempre conversaba sobre temas humanos, examinando qué es piadoso, qué es impío, qué es bello, qué es justo, qué es injusto, qué es la sensatez, qué cosa es locura, qué es valor, qué cobardía, qué es ciudad, qué es hombre de Estado, qué es gobierno de hombres y qué un gobernante, y sobre cosas de este tipo, considerando hombres de bien a quienes las conocían, mientras que a los ignorantes creía que con razón se les debía llamar esclavos. (Jenofonte, Recuerdos Socráticos).

Se entiende entonces porqué la principal preocupación para Sócrates es la Ética (θος, ēthos: costumbre, hábito). Es decir, qué tiene que hacer el hombre para alcanzar la felicidad. Y ante este problema, Sócrates respondía que para ser feliz el hombre debe tener “virtud”, es decir, ser virtuoso.

Ahora bien: ¿qué es la virtud? ¿es posible definirla? Sócrates creía que sí, y en ello se separaba definitivamente de los sofistas.

Como sabemos los sofistas imponen un profundo relativismo intelectual y moral. Tal relativismo hacía imposible la tarea de definir cualquier cosa con un concepto universal. Es por ello que Sócrates rompe con tales filósofos.

Si la ética debe buscar lo que es bueno, lo primero que se ha de hacer es definir “qué cosa es” lo bueno. Si decimos de un acto que es "bueno" será porque tenemos alguna noción de "lo que es" bueno; si no tuviéramos esa noción, ni siquiera podríamos decir qué es bueno para nosotros pues, ¿cómo lo sabríamos? Lo mismo ocurre en el caso de la virtud, de la justicia o de cualquier otro concepto moral. Para el relativismo estos conceptos no son susceptibles de una definición universal: son el resultado de una convención, lo que hace que lo justo en una ciudad pueda no serlo en otra. Sócrates, por el contrario, está convencido de que lo justo ha de ser lo mismo en todas las ciudades, y que su definición ha de valer universalmente. La búsqueda de la definición universal se presenta, pues, como la solución del problema moral y la superación del relativismo.

Y para definir lo que la cosa es, Sócrates propone que la razón debe aplicarse a descubrir su esencia. Ahora bien, como ya dijimos, de entre todas las cosas que se pueden definirse buscando su esencia, las que más interesan al hombre son las que pueden hacerlo bueno, justo, virtuoso y finalmente, feliz. Para ello, se ha definir todos estos términos: bondad, justicia, virtud, etc.

EL INTELECTUALISMO MORAL

Conseguir definir los conceptos morales es para Sócrates la condición indispensable para restablecer la comunicación y hacer posible el diálogo y el acuerdo.

Pero existe otra razón más de esta necesidad: hacer posible la conducta y la educación moral del hombre. Solamente sabiendo qué es lo justo se puede obrar justamente. Según Sócrates, el conocimiento de la virtud es lo que permite al hombre llevarla a la práctica en la vida social, mientras que su ignorancia le impide obrar conforme a ella. Este punto de vista se denomina Intelectualismo moral y podríamos definirlo como aquella teoría filosófica moral la cual el saber y la virtud coinciden.

Según esto, la virtud puede y debe ser enseñada. Mas aún, siendo el fin de la filosofía la educación moral del hombre, deberíamos tener un conocimiento tan depurado y precioso de las virtudes y de la conducta que debe de adoptar el hombre que pudiéramos enseñarlo como se enseña las matemáticas. De esta manera, nadie se comportaría mal, ya que “nadie yerra el golpe queriendo”, como él afirma.

Según Sócrates y su intelectualismo moral, una mala conducta moral es, en todos los casos, un error de conocimiento, fruto de la ignorancia. No concibe lo que luego Aristóteles llamaría acrasia, “conocer el bien y hacer, sin embargo, el mal”. Para Sócrates obrar el mal es siempre involuntario. Esta información Socrática choca, a primera vista, con nuestra experiencia; sin embargo, se hace más comprensible si la situamos en el contexto de Sócrates.

Parece entender Sócrates que existe en nosotros un deseo tan arraigado del bien y de la felicidad que uno, cuando obra mal, al menos durante un tiempo tiene que “engañarse”, en el sentido de considerar que aquello es bueno, que le trae un bien. Por tanto, si obra así, es por que hay una falsa estimación del bien, porque considera como bueno lo que no es tal.

Si alguien – por ejemplo un tirano – no respeta personas ni propiedades, desconoce que esos bines del cuerpo proporcionan un bien estar infinitamente inferior que aquellos que dan la felicidad al alma. La culpabilidad que al obrar así contrae el alma acarrea más infelicidad que el placer del poder o de la riqueza, porque, tal como dice Sócrates en le diálogo platónico Gorgias, “es peor mal cometer una injusticia que soportarla”. En conclusión, quien obra mal comete “un error de cálculo”: buscando la felicidad no hace más que dar pasos hacia la infelicidad.

Saber y virtud coinciden

Sócrates fundamenta su teoría en la observación de lo que ocurre con el saber artesanal. Se sitúa en una perspectiva del saber práctico y en la sobre generalización de ello está el origen de su error, pues de ahí toma sus ejemplos explicativos. Así –dice- un mal médico es tal por falta de conocimientos; si no cura al enfermo es porque no sabe. Un buen artesano es aquel que domina su oficio y, por lo tanto, hace las cosas bien. Decimos entonces que conoce bien. Que domina su oficio.

Traslademos esto al campo moral y cívico: el arte del ciudadano, el oficio que debe conocer y dominar es el de la virtud; así, según el intelectualismo moral si el ciudadano conoce la virtud, la practicará, será un buen ciudadano y así la sociedad será justa y bien gobernada.

EL MÉTODO SOCRÁTICO

A Sócrates le gustaba afirmar que había heredado el oficio de su madre. Este oficio lo ejercía él ayudando a que los hombres “dieran a luz”. Esto encierra tanto una determinada manera de entender el saber como la función de la enseñanza y el camino o medio para acceder a la verdad de las cosas. Esta no es enseñable si por enseñar se entiende imponer modelos o normas a otros. La verdad la lleva cada uno en sí mismo y tiene que descubrirla; desde fuera solo cabe que alguien ayude a otro descubrir en si mismo la verdad de que es portador. Es decir, que haga de “comadrona” (partera) mediante “la mayéutica”·

Es interesante notar, a modo de paréntesis, que Sócrates no llega a explicar, sin embargo, cómo las verdades – que cree universales y objetivas – están “dentro de cada uno”. Eso lo tratará de explicar Platón más tarde, con la teoría de la reminiscencia.

La mayéutica como método socrático está compuesta de dos momentos o partes: negativa y demoledora la primera, constructiva y positiva la segunda.

Según Sócrates, la ignorancia es el peor mal que un hombre pueda padecer y por eso es preciso querer salir de ella. Pero esto solo se logra si es consciente de esa ignorancia. En esto consiste el primer método. Poner el interlocutor en el aprieto de tener que conocer su ignorancia y, así disponerlo a buscar la cosa que ignora y aceptar la ayuda que se le ofrece.

En lo diálogos platónicos aparece Sócrates poniendo en apuros a sus interlocutores, en especial a aquellos que mas seguros estaban de lo que creían saber. Mediante hábiles preguntas intenta convencerles de que tienen opiniones y aceptan afirmaciones que, al someterlas en un examen detenido, en realidad llevan a la contradicción y a un callejón sin salida. Esta es la parte negativa del método, que Sócrates llama erística. Es aquí donde Sócrates hace gala de una fina ironía que, con frecuencia, exaspera a su interlocutor y siempre lo confunde.

Una vez que el interlocutor reconoce su limitación y acepta la ayuda, la investigación prosigue mediante la aplicación constante del razonamiento expresado en el diálogo. El diálogo bien llevado desemboca en el descubrimiento de la definición acertada de lo que se busca.

El resultado de la mayéutica: la definición

La discusión irá poniendo de manifiesto la relatividad y parcialidad de las opiniones particulares y la necesidad de buscar aquello en lo que todos coinciden. Esta parte del proceso, que es la parte propiamente mayéutica, conduce a la definición. Con ello se supera el relativismo de las opiniones.

Sócrates, sin embargo, admitía él derecho de cada uno a opinar y actuar conforme a sus normas morales. Pero entendía que esta posición quedaba descalificada desde el momento en que no era capaz de hacer ver a los demás que estaban equivocados. Esta es, sin duda, la razón por la que, a pesar de considerar injusta su condena, no dudo en aceptar el veredicto de las leyes que lo condenaban.

viernes, 23 de mayo de 2008

Control de Lectura: La Apología de Sócrates

La lectura es para el día 18 de junio. Se tomará un control de lectura. Pueden encontrar el file en la siguiente página Web:

http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/OtrosAutoresdelaLiteraturaUniversal/Platon/Apologia.asp

O pueden bajarlo en el link que está a la derecha (Files para bajar).

Responde a las preguntas que siguen en tu cuaderno. Esta tarea debe ser entregada antes del examen, y es condición para darlo.

  1. ¿Quién es Sócrates y porqué fue acusado?
  2. ¿Cuáles son las antiguas acusaciones contra Sócrates y cómo responde a cada una?
  3. ¿Cuáles son las acusaciones recientes las que Sócrates se enfrenta?
  4. ¿Cuál es la misión que ha sido encomendada a Sócrates? ¿Quién se la encomendó?
  5. ¿Por qué considera Sócrates que un hombre justo no es realmente perjudicado por la maldad?
  6. ¿Por qué Sócrates prefiere la muerte a vivir sin verdad?
  7. ¿Qué significa la muerte para Sócrates?
  8. ¿Qué parecido se puede encontrar entre la sociedad actual y la situación vivida por Sócrates?
  9. ¿Qué es lo que más admiras en Sócrates?

jueves, 24 de abril de 2008

Temas de Filosofía (para el examen)

Del Mito al Logos

«El mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo fabuloso de los comienzos. Es algo así como el relato de una "creación": se narra cómo algo ha sido producido gracias a las hazañas de los seres sobrenaturales. Sirven para revelar los modelos ejemplares de todos los ritos y actividades humanas significativas. Al revivir los mitos religiosamente revelan una verdad o hecho real: que el Mundo, el Hombre y la Vida tienen un origen y una historia sobrenaturales y que esa historia es significativa y ejemplar». (Mircea Eliade, Mito y Realidad).

Los mitos son relatos fantásticos comunes a toda sociedad que explican aspectos de las naturaleza y de la vida. Suelen ser anónimos y tener múltiples versiones. Para que cumplan su función y puedan ser llamados “mito”, debe estar ampliamente difundidos en una sociedad e impregnados en el imaginario colectivo.

Preguntas cómo: ¿Cómo surgió el universo?, ¿Cómo surgió tal costumbre?, ¿Qué hay tras la muerte?, ¿Quiénes inventaron algo como las armas?, ¿Quiénes inventaron la agricultura?, ¿Porqué existe el mal o el dolor?, tuvieron siempre una respuesta mítica.

Hacia los siglos VII y VI a.C. en Grecia, algunos hombres trataron de explicar la realidad sin recurrir a tales relatos míticos. Este modo de explicar la realidad se llamó “Logos”, que significa “razón”.

La diferencia más básica entre la explicación basada en el mito y aquella basada en el logos es que la primera es intuitiva, no discursiva, por medios de uno o varios relatos, mientras que la segunda es discursiva, presentada a través de argumentos que se concatenan en una secuencia coherente.

Al principio esta forma de explicación llamada “logos” fue tosca, pero poco a poco se fue perfeccionando.

Uno de los primeros pasos hacia la explicación racional, es decir, hacia al “logos”, fue dado por el poeta griego Hesíodo, quien en su obra “Teogonía” narra el mito del “Ordenamiento de mundo”. Pero no lo hace como un mero relato fantástico, sino que lo presenta como un proceso natural que, partiendo de 3 principios originarios: Caos, Gea y Eros, da origen a todo lo demás a través de nacimientos sucesivos.

«En primer lugar existió el Caos. Después Gea, la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro, el infierno. Por último, Eros, el amor, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos.

Del Caos surgieron Erebo, lugar de tinieblas bajo el suelo, y la negra Noche. De la Noche a se vez nacieron el Éter, lugar de donde sale la luz en la bóveda celeste, y el Día, a los que alumbró preñada en contacto amoroso con Érebo. Gea alumbró primero al estrellado Urano, el cielo, con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas partes y poder ser así sede siempre segura para los felices dioses. También dio a luz a las grandes Montañas, deliciosa morada de diosas, las Ninfas que habitan en los boscosos montes. Ella igualmente parió al estéril piélago de agitadas olas, el Ponto, sin mediar el grato comercio». (Hesíodo, Teogonía)


Los Presocráticos

«La filosofía no nació en calmo retiro, sino en Mileto, el mercado antiguo en que los pueblos del Mediterráneo procedían al cambio de sus mercancías; los más antiguos pensadores no fueron ascetas alejados del mundo, sino hombres distinguidos, curiosos y abiertos al mundo, políticos en parte ». (W. Nestle, Historia del espíritu griego).

La génesis de la naturaleza: la Arjé

Para el pensamiento griego la idea de “creación” era inconcebible. Para ellos, es siempre necesaria la existencia de un principio fundamentalmente material originario a partir de lo cual aparecen o se generan las demás cosas que forman el mundo. Este principio de llama “Arjé

Así, los primeros pensadores griegos explican las cosas a partir de algo que encuentran dentro de ellas y que las constituye internamente.

¿Y a qué “cosas” se refieren más exactamente? Lo que pretenden conocer y explicar, concretamente, es la “fisis”, es decir, la naturaleza, aquello que vemos alrededor nuestro.

Los presocráticos están convencidos de que la fisis está conformada por un arjé, sea este único o múltiple. Cada filósofo presocrático tendrá su teoría sobre cuál es la “arjé” que forma la naturaleza que observamos.

De este modo, para los presocráticos, desde el principio hay una dualidad: aquello que permanece igual, representado por la “arjé”, como sustrato de todo lo existente, y aquello que es formado y se muestra de múltiples formas, la “fisis”, es decir, la naturaleza..


Heráclito de Efeso

La frase que resume el pensamiento de Heráclito era Πάντα ε (Panta rei), es decir. “Todo cambia”.

Heráclito valora los sentidos (son buenos para conocer la realidad), pero estos no son suficientes. El verdadero y completo conocimiento se alcanza por la razón.

Heráclito razona de la siguiente forma, preguntándose: ¿Qué me dicen mis sentidos?

Y se responde: “Nadie entra a un mismo rió dos veces”. Esta frase quiere decir que nada es estable, todo cambia. Ya que si te metes al río a las 3:00 y sales y te metes después a las 3:04 ya cambió, ya que hay nueva agua donde entraste, es decir, ya pasó, ya ha cambiado. También nos dice que la Φυσις (fisis), es decir, la naturaleza, es una lucha de contrarios: ser=no ser, estar=no estar, padre=hijo, vivo=muerto (todo tiene un contrario; en un momento estás en un lugar y al segundo cambias de ese lugar entonces ya no estás ,hoy estas vivo al día siguiente mueres; todo cambia).

Ahora bien, luego de ello se pregunta Heráclito: ¿Qué es la naturaleza? ¿Que son todas las cosas? Responde que las cosas son solo un momento del conflicto (entre contrarios). La auténtica realidad esta en una sustancia básica llamada arjé, que en medio del conflicto se diferencia y termina formando toda la fisis; para Heráclito el fuego es el arjé que siempre está en movimiento. La fuerza interna del fuego (arjé) es el conflicto (guerra, etc.). Heráclito dice que el fuego forma todo ya que este está en constante movimiento. La fuerza del conflicto forma la naturaleza. Heráclito afirma que todos los seres son fuego.

Punto de vista: El error básico de Heráclito esta en no admitir como seres las cosas sensibles (Heráclito solo piensa que el ser es el ser).

DEMÓCRITO DE ABDERA

Nació más o menos a la muerte de Heráclito, y como él, creyó en que todo cambia, pero consideraba que debía haber algo estable. Demócrito busca algo estable que esté por debajo de todo.

Propone que el Arjé que constituye toda la realidad es la cantidad geométrica pura, algo que no posee sabor, color, etc; sino que solo tiene tres dimensiones: altura, profundidad, y largo. A esto llamó átomo (indivisible, no tiene partes). El imagina que debe ser así.

¿Cómo es que el átomo forma la naturaleza (fisis)?

La fisis está dividida entre lleno y vacío. El lleno esta conformado por átomos, los cuales son indivisibles, y están en movimiento constante. Los átomos son esencialmente iguales: se diferencian por la forma (A no es igual a N), por el orden (AN no es igual que NA) o por la situación (N no es igual a Z) Los átomos se combinan para formar todo lo que vemos gracias al movimiento y la casualidad. Demócrito identifica al lleno con el ser.

El vacío es lo que divide al lleno, lo que hay entre lleno y lleno. Se identifica con el no ser.

La fuerza del movimiento y la casualidad mueven el Arjé (átomo) y forman la fisis, cuando por el azar se chocan.

Demócrito funda el atomismo, que es considerar que toda la realidad está hecha de fragmentos que se juntan, pero únicamente de esto; y también el mecanicismo, que consiste en percibir la realidad como mera extensión (materia), casualidad y movimiento. El mecanismo es la base de la teoría evolucionista de Darwin.

El atomismo y mecanicismo están emparentados.

“Los principios de todas las cosas son los átomos y el vacío;

todas las cosas son objeto de opiniones.

Las cualidades existen solo por convención;

por naturaleza solo hay átomos y vacío.”

Demócrito,

Para Demócrito todo esto es solo una ilusión, son solo átomos la verdadera realidad.

jueves, 13 de marzo de 2008

¿Budismo?

Lee esta entrevista al Papa Juan Pablo II y escribe un comentario sobre ella. Tienes que tener un correo de gmail para ello. Si no puedes hacerlo, escribe el comentario en tu cuaderno. Debes entregar la tarea el martes.

Es necesario conocer primero el propio patrimonio espiritual, antes de aceptar con entusiasmo ciertas propuestas de las tradiciones religiosas orientales, por ejemplo, algunas técnicas y métodos de meditación.

PREGUNTA

Antes de pasar al monoteísmo, a las otras dos religiones (judaísmo e islamismo), que adoran a un Dios único, quisiera pedirle que se detuviera aún un poco en el budismo. Pues, como Usted bien sabe, es ésta una «doctrina salvífica» que parece fascinar cada vez más a muchos occidentales, sea como «alternativa» al cristianismo, sea como una especie de «complemento», al menos para ciertas técnicas ascéticas y místicas.


RESPUESTA

Sí, tiene usted razón, y le agradezco la pregunta. Entre las religiones que se indican en Nostra aetate, es necesario prestar una especial atención al budismo, que según un cierto punto de vista es, como el cristianismo, una religión de salvación. Sin embargo, hay que añadir de inmediato que la soteriología del budismo y la del cristianismo son, por así decirlo, contrarias.

En Occidente es bien conocida la figura del Dalai-Lama, cabeza espiritual de los tibetanos. También yo me he entrevistado con él algunas veces. Él presenta el budismo a los hombres de Occidente cristiano y suscita interés tanto por la espiritualidad budista como por sus métodos de oración. Tuve ocasión también de entrevistarme con el «patriarca» budista de Bangkok en Tailandia, y entre los monjes que lo rodeaban había algunas personas provenientes, por ejemplo, de los Estados Unidos. Hoy podemos comprobar que se está dando una cierta difusión del budismo en Occidente.


La soteriología del budismo constituye el punto central, más aún, el único de este sistema. Sin embargo, tanto la tradición budista como los métodos que se derivan de ella conocen casi exclusivamente una soteriología negativa.


La «iluminación» experimentada por Buda se reduce a la convicción de que el mundo es malo, de que es fuente de mal y de sufrimiento para el hombre. Para liberarse de este mal hay que liberarse del mundo; hay que romper los lazos que nos unen con la realidad externa, por lo tanto, los lazos existentes en nuestra misma constitución humana, en nuestra psique y en nuestro cuerpo. Cuanto más nos liberamos de tales ligámenes, más indiferentes nos hacemos a cuanto es el mundo, y más nos liberamos del sufrimiento, es decir, del mal que proviene del mundo.


¿Nos acercamos a Dios de este modo? En la «iluminación» transmitida por Buda no se habla de eso. El budismo es en gran medida un sistema ..ateo». No nos liberamos del mal a través del bien, que proviene de Dios; nos liberamos solamente mediante el desapego del mundo, que es malo. La plenitud de tal desapego no es la unión con Dios, sino el llamado nirvana, o sea, un estado de perfecta indiferencia respecto al mundo. Salvarse quiere decir, antes que nada, liberarse del mal haciéndose indiferente al mundo, que es fuente de mal. En eso culmina el proceso espiritual.


A veces se ha intentado establecer a este propósito una conexión con los místicos cristianos, sea con los del norte de Europa (Eckart, Taulero, Suso, Ruysbroeck), sea con los posteriores del área española (santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz). Pero cuando san Juan de la Cruz, en su Subida del Monte Carmelo y en la Noche oscura, habla de la necesidad de purificación, de desprendimiento del mundo de los sentidos, no concibe un desprendimiento como fin en sí mismo: «[...] Para venir a lo que no gustas, / has de ir por donde no gustas. / Para venir a lo que no sabes, / has de ir por donde no sabes. / Para venir a lo que no posees, / has de ir por donde no posees. [...]» (Subida del Monte Carmelo, I,13,11). Estos textos clásicos de san Juan de la Cruz se interpretan a veces en el este asiático como una confirmación de los métodos ascéticos propios de Oriente. Pero el doctor de la Iglesia no propone solamente el desprendimiento del mundo. Propone el desprendimiento del mundo para unirse a lo que está fuera del mundo, y no se trata del nirvana, sino de un Dios personal. La unión con Él no se realiza solamente en la vía de la purificación, sino mediante el amor.


La mística carmelita se inicia en el punto en que acaban las reJlexiones de Buda y sus indicaciones para la vida espiritual. En la purificación activa y pasiva del alma humana, en aquellas específicas noches de los sentidos y del espiritu, san Juan de la Cruz ve en primer lugar la preparación necesaria para que el alma humana pueda ser penetrada por la llama de amor viva. Y éste es también el título de su principal obra: Llama de amor viva.

Así pues, a pesar de los aspectos convergentes, hay una esencial divergencia. La mzstica cristiana de cualquier tiempo -desde la época de los Padres de la Iglesia de Oriente y de Occidente, pasando por los grandes teólogos de la escolástica, como santo Tomás de Aquino, y los místicos noreuropeos, hasta los carmelitas- no nace de una «iluminación» puramente negativa, que hace al hombre consciente de que el mal está en el apego al mundo por medio de los sentidos, el intelecto y el espíritu, sino por la Revelación del Dios vivo. Este Dios se abre a la unión con el hombre, y hace surgir en el hombre la capacidad de unirse a Él, especialmente por medio de las virtudes teologales: la fe, la esperanza y sobre todo el amor.

La mística cristiana de todos los siglos hasta nuestro tiempo -y también la mística de maravillosos hombres de acción como Vicente de Paul, Juan Bosco, Maximiliano Kolbe- ha edificado y constantemente edifica el cristianismo en lo que tiene de más esencial. Edifica también la Iglesia como comunidad de fe, esperanza y caridad. Edifica la civilización, en particular, la «civilización occidental», marcada por una positiva referencia al mundo y desarrollada gracias a los resultados de la ciencia y de la técnica, dos ramas del saber enraizadas tanto en la tradición filosófica de la antigua Grecia como en la Revelación judeocristiana. La verdad sobre Dios Creador del mundo y sobre Cristo su Redentor es una poderosa fuerza que inspira un comportamiento positivo hacia la creación, y un constante impulso a comprometerse en su transformación y en su perfeccionamiento.


El Concilio Vaticano II ha confirmado ampliamente esta verdad: abandonarse a una actitud negativa hacia el mundo, con la convicción de que para el hombre el mundo es sólo fuente de sufrimiento y de que por eso nos debemos distanciar de él, no es negativa solamente porque sea unilateral, sino también porque fundamentalmente es contraria al desarrollo del hombre y al desarrollo del mundo, que el Creador ha dado y confiado al hombre como tarea.


Leemos en la Gaudium et Spes: «El mundo que [el Concilio] tiene presente es el de los hombres, o sea, el de la entera familia humana en el conjunto de todas las realidades entre las que vive; el mundo, que es teatro de la historia del género humano, y lleva las señales de sus esfuerzos, de sus fracasos y victorias; el mundo que los cristianos creen que ha sido creado y conservado en la existencia por el amor del Creador, mundo ciertamente sometido bajo la esclavitud del pecado pero, por Cristo crucificado y resucitado, con la derrota del Maligno, liberado y destinado, según el propósito divino, a transformarse y a alcanzar su cumplimiento» (n. 2).


Estas palabras nos muestran que entre las religiones del Extremo Oriente, en particular el budismo, y el cristianismo hay una diferencia esencial en el modo de entender el mundo. El mundo es para el cristiano criatura de Dios, no hay necesidad por tanto de realizar un desprendimiento tan absoluto para encontrarse a sí mismo en lo profundo de su íntimo misterio. Para el cristianismo no tiene sentido hablar del mundo como de un mal «radical», ya que al comienzo de su camino se encuentra el Dios Creador que ama la propia criatura, un Dios «que ha entregado a su Hijo unigénito, para que quien crea en Él no muera, sino que tenga la vida eterna» (Juan 3,16).

No está por eso fuera de lugar alertar a aquellos cristianos que con entusiasmo se abren a ciertas propuestas provenientes de las tradiciones religiosas del Extremo Oriente en materia, por ejemplo, de técnicas y métodos de meditación y de ascesis. En algunos ambientes se han convertido en una especie de moda que se acepta de manera más bien acrítica. Es necesario conocer primero el propio patrimonio espiritual y reflexionar sobre si es justo arrinconarlo tranquilamente. Es obligado hacer aquí referencia al importante aunque breve documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe «sobre algunos aspectos de la meditación cristiana» (15.X.1989). En él se responde precisamente a la cuestión de «si y cómo» la oración cristiana «puede ser enriquecida con los métodos de meditación nacidos en el contexto de religiones y culturas distintas» (n. 3).

Cuestión aparte es el renacimiento de las antiguas ideas gnósticas en la forma de la llamada New Age. No debemos engañarnos pensando que ese movimiento pueda llevar a una renovación de la religión. Es solamente un nuevo modo de practicar la gnosis, es decir, esa postura del espíritu que, en nombre de un profundo conocimiento de Dios, acaba por tergiversar Su Palabra sustituyéndola por palabras que son solamente humanas. La gnosis no ha desaparecido nunca del ámbito del cristianismo, sino que ha convivido siempre con él, a veces bajo la forma de corrientes filosóficas, más a menudo con modalidades religiosas o pararreligiosas, con una decidida aunque a veces no declarada divergencia con lo que es esencialmente cristiano.